Un buen día me llamó un viejo colega para pedirme ayuda; un par de jóvenes amigos suyos habían decidido correr el riesgo de grabar un disco, con todo lo que ello implica. Acudí en plan de consejero, les escuché un primer borrador, llamémoslo así, y atento a mi papel les pregunté qué querían, el más acucioso de ellos se apresuró a responder “queremos un Grammy”. Lo miré con mirada de asesor y le dije con gravedad… “a qué poco aspiras”. Era Libardo. A partir de allí se inicia una relación cuasi-paternal que desemboca en la dinámica profesor-discípulo: diez amistosos años más tarde se concreta el proyecto con espíritu adulto y una sensibilidad hecha de calle y nutrida por la academia.
Pero el proyecto no se limita a grabar un disco, se trata de una propuesta de alto vuelo comunicacional. Libardo ha crecido, ha profundizado en letra y música, su contacto con público ambicioso lo ubica en zona de desmarque, es decir fuera de toda pulsión mediática.
Pero entremos en materia. El vértigo de los cambios propiciados principalmente por la revolución digital ha puesto casi en jaque a la Industria Cultural, provocando una desbandada que a su vez redunda en ausencia de buenas propuestas para público adulto, léase, todo mayor de veintiún años. Así, Libado ha decidido echarse al agua, al fin y al cabo el arte es riesgo. Tenemos pues, un objetivo palpable, lograr que la grabación de una música necesariamente fresca genere propuesta organizada para ciberespacio, convoque devotos a las salas de concierto, motive a los amantes del performance y por qué no, origine discusión.
Cuando Libardo me llamó movido por la inquietud y me preguntó si me apetecía producir su disco, me llené de alegría, a la semana recibí su llamada desde el aeropuerto… “vine a verte”. A partir de ahí empiezan los paraqués, los cómos, los quiénes y, finalmente los cuándos.
Me parece que la esencia de este trabajo tiene que ver con la idea de componer buena parte del repertorio a cuatro manos; también aquí Libardo se lanza al agua. Ni qué decir que lo principal estaba tácitamente acordado, digámoslo así; nos ha costado muy poco ponernos de acuerdo en el espíritu del proyecto: perseguir casi obsesivamente la posibilidad de una fusión hecha de música colombiana variopinta, con un lenguaje que nos haga sentir bien y una propuesta de sonido basado en la madera. Canciones para el Presente.
Amasando ideas, Libardo y yo estuvimos de acuerdo en que la música colombiana, con un potencial tan variado, no ofrece fusiones acertadas;
De igual manera hemos estado de acuerdo en la precariedad de los textos existentes; por último pudimos establecer que en general, la oferta de música popular está limitada al público pre adolescente. Sobra decir que empezamos a escribir con un norte claro, ahora, lo que obtengamos ya será otra cosa porque, cómo evitar los descubrimientos cotidianos y por encima de todo el magnífico concurso del azar.
Puedo decir que me siento muy cómodo con un Libardo diez años después del Grammy, y aprovecho para decir que considero un reto componer para alguien que estima que la voz es sólo un vehículo de expresión, aquí confieso que no me gusta trabajar con “grandes voces”. Será estimulante producir su primer disco. Canciones para el presente es una apuesta experimentada para corazones sin edad. Nos daremos por satisfechos de más si logramos que personas no parlantes de nuestro idioma hallen goce en el código sonoro que proponemos. Ya para cerrar hay un par de aspectos que no se pueden dejar a un lado, la grabación en directo, o sea, todos juntos, como creemos que tiene que hacerse la música y la convocatoria de genuinos y jóvenes talentos.

Álvaro Serrano Calderón